Antes del accidente, mi mente estaba ocupada en mis estudios de administración de empresas, pero tan pronto retorné, me vi obligado a cambiar mis estudios por trabajo. Nuestro negocio familiar estaba casi al borde la ruina, ya que mi madre se encargaba de la mitad del trabajo.
Cuando uno es joven, se siente inmortal. No hay nada que te pueda hacer cambiar ó destruirte. A través de nuestra dolorosa experiencia, aprendí que la vida está entrelazada con la muerte; que éstas son las únicas realidades de nuestra existencia. Uno nace y morirá algún día; qué puede suceder en el camino…nadie lo sabe.
Hay algunas cosas sobre las cuales he meditado profundamente a lo largo de los años; mi forma de pensar ha sido influenciada definitivamente por la experiencia de los Andes. Estoy seguro que lo mismo ocurre con los otros supervivientes. Estas cosas son: FAMILIA, CONFIANZA y AMISTAD.
A lo largo de los setenta y dos días que pasamos en la montaña, no había absolutamente nada a lo cual aferrarse. Todo había perdido su sentido. No había futuro… no había esperanza. Los estudios, el trabajo, las cosas materiales… ya nada tenía valor. Pero omnipresente en todos, estaba la necesidad del afecto familiar. Nuestro deseo de sentirnos seguros en una familia y de compartir el amor con ella, fue lo único que nos mantuvo en pie. Luego de haber experimentado una situación extrema, en donde sobrepasamos los límites del sufrimiento físico y mental, he llegado a la conclusión de que la FAMILIA es lo único que nos permitió sobrevivir.
Nuestras vidas honran esa realidad. Hoy me siento extremadamente feliz, y esta realización no me ha separado de mi trabajo o éxito en la vida. Soy el presidente de varias empresas, pero no hay reunión de negocios ó actividad comercial alguna que no cambiaría por los momentos de felicidad que tengo junto a mi familia. He aprendido que las situaciones no se repiten, pero la próxima vez que esté muriendo, sé lo que estaré recordando: mi afecto y mi amor… no los negocios, autos, contratos, préstamos bancarios, ganancias, e-mails, aeropuertos…
Otra de las cosas que se vio fortalecida a partir del accidente en los Andes, fue mi CONFIANZA personal. Debido a lo ocurrido en las montañas, aprendí a tomar decisiones de una manera relativamente fácil, en cuanto a los aspectos de la vida y el trabajo.
Cuando me encontraba junto a Roberto en la cima de una montaña – a 4.000 metros de altura – observando ese vasto escenario de picos nevados que nos rodeaban, sentimos que nos íbamos a morir. No había absolutamente ninguna manera de escapar. Entonces decidimos la manera en que íbamos a morir: caminaríamos hacia el sol, al oeste… era preferible que congelarnos en la cima. Esta decisión nos tomó tan sólo 30 segundos. Otras decisiones que tuve que tomar más tarde en la vida, no parecen más difíciles que decidir sobre mi propia muerte.
Tomar decisiones se me hizo más fácil debido a que yo sabía que lo peor que me podría suceder sería estar equivocado. En comparación con lo que me había sucedido, ésto no significaba nada.
Finalmente, está el valor de la AMISTAD, de nuestros sentimientos de amor y afecto. Fue conmovedor ver a mis compañeros ayudando a sus amigos de una manera que jamás hubiesen imaginado, incluso hasta arriesgando sus propias vidas por el prójimo. La amistad fue un factor determinante en nuestras posibilidades de sobrevivir, y luego de habernos salvado, la incorporamos como una parte esencial de nuestra existencia.
En ciertas ocasiones me pregunto porqué las personas necesitan experimentar situaciones extremas para comprender los verdaderos valores de la vida. Estos valores son tan claros y están tan cerca de nosotros, y aún así, los atropellamos y buscamos otras cosas “supuestamente” trascendentales. La calidez de mi familia, y el sentir que están cerca de mí en todo momento.. ésos son los valores que en verdad importan.